martes, febrero 09, 2010

La Antónima Sinónima



¡La Antónima Sinónima vivía tan feliz! Para ella, la genialidad era una capacidad que le permitía vivir de forma puramente intuitiva, perderse en la intuición como medio de sisar conocimiento, ¡excelente! Y ella poseía enormemente esa genialidad.

La Antónima Sinónima, mujer setentona (aunque aparentaba dos décadas menos) que vagabundeaba por las calles de la ciudad, cruzando fronteras cuando se le pegase la gana (nadie sabia cómo); conocida, cuando menos a oídas por los cuatro millones de habitantes de la ciudad, y un poco más del otro lado. Se decía que tenía el don de mirar la cuarta dimensión: ver lo bello en todas y cada una de las cosas que palpaba, que olía, que degustaba, que oía y que veía. Ella es una de las pocas que descubrió que el mundo no vale lo que habíamos creído: vale millones de veces más. Alguien famoso dijo y considero alguna vez que, la alimentación, el lugar, el aire, la sociedad te cambian y determinan. Para la Antónima, todo era equivalente a todo, nada te determinaba salvo tu propia actitud.

Conocer y ver a la Antónima Sinónima por primera vez, te hacia experimentar esa sensación de no saber si estas despierto o soñando aún. Ella era experta en sueños, a simple vista, con un simple reojo, de arriba abajo, de abajo a arriba, ¡¡¡squashh!!!, podía saber lo que habías soñado la noche anterior, y si tu sueño le parecía interesante y no te acordabas de él, te lo gritaba en plena calle, en pleno parque, allí, dentro de un templo, o en medio de una plaza. Ella era lo que hoy se denomina una “siconauta”. Para ella, los sueños eran reales mientras duraban.

La Antónima era una sabia filósofa innata, aunque ella argumentaba que su sombra le había enseñado todo lo que sabia, obvio que nadie le creía, excepto yo.

Sus pláticas eran intensas y estaban llenas de palabras permutadas, combinadas, en sus más diversos significados, ya sea igual o contrariamente. Para asombro de muchos ella mencionaba palabras jamás pronunciadas en una plática normal, y según los oyentes, dichas palabras no existían, pero en realidad si. Cada palabra que salía de su boca tenía un significado humano, solo era cuestión de investigar, de hurgar, una costumbre que se ha ido dilapidando poco a poco. De allí se deriva ese apodo, ese epíteto, ese calificativo, que para serles sinceros, nadie sabe a ciencia cierta quien se lo asignó.

Yo quería pertenecer a una persona culta, educada, con todos los conocimientos posibles del mundo, y me encontré perteneciendo a una persona sencilla; una persona que no había oído hablar de Sócrates, ni de Aristóteles ni de Sófocles, ni de Abraham, ni de Moisés, mucho menos de David y su tonta compulsión, pero con una filosofía insondable y un íntimo conocimiento de las vicisitudes de la vida. Una persona que por cada poro de la piel sustraía conocimiento, encontrase donde se encontrase. Y la alumna superó al maestro.

A pesar de su vagabundez la Antónima no olía mal, al contrario, su andar emanaba un suave olor extrañamente dulce, como a velvetone, un humectante que se les aplica a los cadáveres para ocultar el otro olor. Ah, pero eso si, los días festivos su olor se metaforseaba a flores de diversas fragancias. Más de una vez se le vio tomando flores de jardines, de parques y de templos, machacarlos con cualquier piedra que encontrara a su paso y untarlo en gran parte de su cuerpo, sobre todo en las partes más recónditas; a ella no le daba miedo mostrarse plena.

Su cabello era lo máximo: semi rubio cenizo, en capas, peinada al estilo Abba de los setentas, su cara redonda denotaba bondad, sencillez, pero a la vez fortaleza, decisión y coraje. Siempre vistiendo colores pasteles, la Antónima ofrecía una cálida sonrisa a aquellos que se cruzaban con ella. –Pobre loca- le decían al pasar, ofreciéndole a veces, una moneda.
La Antónima sinónima veía el verdadero rostro de las personas. – Algunos somos monsters- decía –somos el horror, el espanto, la alarma de ser nada. Quizás sea que la realidad es onírica, soñadora, idealista, inquieta; no tengo derecho a criticarlos, todos tenemos nuestros sueños, pero también nuestras pesadillas. El sueño de la realidad, en ocasiones, cuando tenemos nuestra mente desenfadada nos da náusea y nos produce angustia.

Atte. La sombra de la Antónima Sinónima

Nota: Para este relato se me ocurrio poner fotos de dos personalidades que admiro mucho: La Madre Teresa y Sara García.......son epicas.......
por: Octavio Lucero

3 comentarios:

Pablo... dijo...

La antonima sinonima es un personaje que, de entre todos los que haz creado, creo que tiene el carisma suficiente como para ganarse una historia completa por si sola.. mas que un cuento corto, su vida, psique and all that jazz es tan compleja que se deberia de escribir un libro al respecto..


pd.la madre teresa... sara garcia... falto el roman pero bueno

Martín dijo...

esta gente tan posteadora!!! cuando me leiste este cuento quedamos en cuenta que la antonima sintonima era la mismisima doña Judith (SE APELLIDA STEIN?).

RUY dijo...

no me gusta el nombre de la fulana pero el texto es soberbio

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